El vínculo afectivo entre un padre y su hijo comienza desde los primeros momentos de vida. La presencia activa del padre en el nacimiento y en los primeros días es clave para establecer una conexión emocional sólida que influirá en el desarrollo del niño.

Estudios demuestran que los bebés que reciben cuidado y afecto tanto de la madre como del padre tienen mayor estabilidad emocional, mejores habilidades sociales y una autoestima más fuerte en el futuro. La presencia paterna también reduce el estrés en la madre, favoreciendo una recuperación más rápida después del parto.

El contacto piel con piel, la participación en el baño, el cambio de pañales o simplemente cargar al bebé son gestos cotidianos que construyen confianza y cercanía. Además, cuando el padre se involucra desde el inicio, se genera una dinámica de corresponsabilidad en la crianza que beneficia a toda la familia.

Más allá del apoyo logístico, el acompañamiento emocional y la validación del rol paterno tienen un impacto profundo en el desarrollo infantil. Por eso, es importante fomentar entornos que permitan y valoren la participación del padre desde el nacimiento.