Convertirse en madre o padre es una de las experiencias más transformadoras de la vida, pero también puede ser una de las más desafiantes a nivel emocional. La llegada de un hijo implica cambios físicos, sociales y psicológicos que impactan directamente en la salud mental de quienes cuidan.

Es común idealizar la maternidad y la paternidad como etapas de pura felicidad, pero la realidad es que muchas personas experimentan sentimientos de ansiedad, agotamiento, culpa, inseguridad o tristeza. Reconocer estas emociones no significa ser “malos padres”, sino humanos que enfrentan un proceso complejo y exigente.

En el caso de las madres, los cambios hormonales, la presión social por “hacerlo todo bien”, la carga mental y la falta de descanso pueden desencadenar problemas como la depresión posparto o ansiedad perinatal. Los padres también enfrentan retos importantes: el reajuste de roles, el miedo a no estar a la altura, la responsabilidad económica o el aislamiento emocional.

Por eso, cuidar la salud mental es esencial. Buscar apoyo —ya sea en la pareja, la familia, redes de apoyo o profesionales— puede marcar la diferencia. Hablar abiertamente sobre lo que se siente, pedir ayuda sin culpa y respetar los propios límites son actos de autocuidado que también benefician al bebé.

Dormir lo suficiente (cuando es posible), alimentarse bien, tomarse pausas para uno mismo y no descuidar las relaciones personales son prácticas importantes. También lo es normalizar la terapia psicológica como una herramienta valiosa, no solo en momentos de crisis, sino como una forma de acompañar el proceso de crianza.

La salud mental de madres y padres influye directamente en el bienestar emocional de los hijos. Criar con amor también implica criarse uno mismo con paciencia, comprensión y compasión. Cuidarte es una forma de cuidar mejor.